SOLEDADES (relato)

    Llevaba a cuestas la soledad en su espalda,  a veces era demasiado pesado transitar por la vida cargándola de un lado al otro. Pero se sentían  tan afines que resultaba casi imposible una separación.

    Su presencia se hacía imperceptible a todas las miradas, habilidad que logró con el tiempo, sin que nadie notara a su fiel compañera.

    Una mueca dibujada, una sonrisa forzada, una palabra placentera eran pequeños síntomas de un agradar a los demás, pero en el fondo estaba tan vacía de todo, que solo su aflicción entendía las circunstancias.

    Por las noches se iban a dormir juntas, ni siquiera podía trasmutarla en deseos de la carne, en caricias o besos. En una amplia cama de dos, eran tres que buscaban conciliar el sueño.

    Cuando ella se dormía, único momento del día en el cual  soledad se animaba a viajar por los infinitos mundos de ensueños y buscar  a otras soledades para apaliar tanto desconsuelo.

    Pero no todas son iguales, como en un viejo mercado persa, se podían hallar de todas las edades, tamaños y profundidad.

    En uno de esos viajes, conoció a otra soledad semejante, idéntica, casi gemela. Sintieron como aquellas almas errantes que se  buscan vida tras vida encontrándose.

    La hora del reposo  pasó a ser una necesidad casi imperiosa para soledad,  viajar y toparse  sueño tras sueño con su par. Pero no alcanzaba la noche, ya era el día, las horas, los minutos, los segundos, que sin darse cuenta se fue despojando de ella, abandonándola  y dejándola huérfana.

    Soledad  aprendió a amar, a desear, a percibirse  imprescindible para alguien que la hiciera sentir  querida, y ella se quedó sola con su sombra. Se regocijó al pensar que al menos soledad había vencido el miedo de amar a alguien semejante a ella.