miércoles, 24 de diciembre de 2008

EL INICIADO (RELATO)

“se irguió como gallo y gritó”
Eduardo Galeano
EL INICIADO

Los cánticos Gregorianos invadían la Abadía. Un fino rayo de sol se coló por el ventanal superior. La imagen del vitraux resplandecía con fulgor. Cristo parecía tener vida.
El monje que dirigía la ceremonia esparció el humo del incienso por todo el recinto, luego se dirigió hacia la vela pascual situada a un costado del altar y la encendió.
Maia y yo, nos habíamos sentado en la segunda fila, en unos vetustos bancos de algarrobo rojizo.
Éramos pocos los concurrentes.
Otros dos monjes con sendos atuendos rojo púrpura, procedieron a traer el cáliz, el vino y las ostias.
Un monje más joven, con cara casi aniñada se acercó al altar para arrodillarse frente a él. Los otros dos le quitaron la capa roja con capucha que cubría su cabeza, dejándola al descubierto y pudiéndose verla totalmente rapada.
Él que dirigía el ritual, un hombre muy anciano cuyos pasos se hacían aletargados, se encaminó hacia él y después de mojar la ostia en el vino, le dio la comunión.
Con la cabeza gacha y en profundo silencio permaneció el joven algunos instantes.
Cuando el coro alzó la voz en el “Glorius”, el rayo de sol se hizo más intenso. Como invitado a participar.
Nosotras fijamos nuestras miradas en la vela que agrandaba su llama; quizás impulsada por el rayo de luz de la ventana.
En ese momento sentimos fluir energías, como la fricción que provocan dos piedras irradiando chispas, que absortas miramos como hipnotizadas.
El iniciado juntó sus manos y las levantó hacia adelante, en señal de ofrenda.
En ese preciso momento un haz de luz que partía desde la vela se desplegó como un arco iris, y el rayo de siete colores se posó en las manos del joven monje.
El coro se quedó en silencio.
Un viejo sentado delante de mí, “se irguió como gallo y gritó”: ¡Aleluya!
Yo atiné a persignarme y murmurar: ¡Amén!
Maia se desplomó encima de mi hombro, desmayada.

GZ.

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